Carlos Sánchez
Álamos.- Un niño vuela un papalote. Desde
el cerro del Perico, su mirada se alza como el mismo vuelo de colores. Allá,
lejos, la alegría prendida de un hilo se dispersa en el cielo.
El niño es Francisco Guerrero, el mismo que
de facto se convierte en adulto y rememora esos días de levantar las primeras
mariposas, los primeros cometas, las primeras estrellas de papel y vara como
esqueleto. Un día lo tuvo en sus manos, después en el aire, luego lo miró
volar, irse, hacia los barrios bajos, allá donde otros niños esperaban para
cacharlos y volverlos a volar.
Pasaron los años, Francisco que es Pancho
trepó a la adolescencia, la juventud, luego vino el matrimonio, en esa edad la
búsqueda de recursos para la manutención. Un día tuvo trabajo de vaquero, otro
día un caballo dirigido desde sus manos, y vino el accidente, el cuerpo y su
incapacidad de reacción en las piernas, las horas de hospital, el traslado a la
capital del estado en busca de mejor atención, la incertidumbre, el poco o nulo
recurso económico, el repartir lo que se tiene entre la familia de Pancho que
son sus hijas Francisca, Violeta, y Ramoncita como esposa.
Vieras cómo batallamos, vieras dónde
dormíamos, vieras cuanto sacrificio. Y así los días, ahora los años que permiten
esas horas convertidas en recuerdos, decirlas, volver a ellas como anécdota.
Pancho y su familia, él sin un trabajo
permanente, con las ideas punzantes. Una mañana encontró una vara y se fue en
su memoria, regresó a la infancia, levantó la vara y le dijo a su esposa
“Haremos un papalote”, la obra perfecta, el vuelo preciso. Vinieron entonces
los niños, a comprarlo, porque la maravilla de papel china y popote que así se
llama la vara, les sedujo.
Se fundó la empresa, surgieron luego los
murciélagos, los cajones, más estrellas, más cometas. Vino después un premio al
mejor juguete en vuelo hecho desde las manos de Pancho y reconocido por la
institución convocante.
Pancho en su silla de ruedas, con su
Ramoncita como aliada, su lacayo, la emprendedora también de empresas, la que
construye canastos de confeti, con papel china y periódico, a manera de cono,
en la punta un cascarón de huevo, al estrellarlo en la cabeza y en temporada de
carnaval, la canasta para confeti en el cuerpo del más inmediato transeúnte.
Las ideas para convertir con las manos
objetos del divertimento, desde allí el punto de partida para levantar la
familia, las hijas ahora universitarias, Pancho con su taller de carpintería
porque luego la capacidad para aprender se desbocó, Ramoncita para acercarle la
madera, el martillo, los clavos. Una pareja que viene y va tomada de la mano
que no es otra cosa que fraternidad, solidaridad, amor.
La apuesta con todo
para el motor de sus vidas: Violeta y Francisca. Una estudiante de
arquitectura, la otra sobre la vocación de enseñar, para eso estudia, por eso
se levanta de madrugada todos los días y sube al camión rumbo a Navojoa que son
cincuenta kilómetros de distancia, y por la tarde regresar a la casa, a
resolver las tareas, el reencuentro con los padres.
Mientras esto ocurre, Francisca, la hija,
en Obregón casi termina sus estudios de arquitectura, y de manera intermitente
los fines de semana para visitar a los suyos, y cotidianamente para marcarles
por teléfonos, escucharlos y a manera de reporte decirles el amor. Todos los
días.
Pancho incansable, ahora la construcción de
su casa, desde sus manos, sin impedimentos, después el tejaban donde está su
carpintería, más tarde un auto y manejarlo con destreza. Pancho ahora la
referencia de la alegría, los niños tocando a su puerta para llenarse los ojos
de colores, y después alzar el vuelo.
Ramoncita un día le dijo a Pancho que
dejara de construir papalotes, que el tiempo ya no le alcanzaba, que se veía
cansado, que sólo se concentrara en la carpintería, Pancho dijo que no, que no
puede dejar a los niños sin el divertimento que les otorga el papalote.
Un día yo le pregunté a Pacho qué le
gustaba más, si hacer, o volar los papalotes. Su respuesta fue certera, aún la
recuerdo, jamás la olvidaré: “Me gusta mucho hacerlos, pero me gusta más
volarlos, porque siento que vuelo junto con ellos”.
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