Carlos Sánchez
No te levantaron, ni apareciste con un narco mensaje incrustado en tu
cuerpo. Tu nombre no salió en el periódico, ni hubo marchas de protesta. Un día
de la semana antepasada nomás la muerte se te aferró como garrapata en la
oreja.
Hubo, cierto, las voces de las doñas del barrio para decir que moriste.
Lo supimos pronto. Intentamos averiguar las causas de tu ausencia, el por qué
no ya tu voz en los callejones, luego nos dijo tu hermano que te hinchaste hasta
casi reventar, pero antes de eso él para pedirte que te levantaras, que
acudieras a la mesa donde todos los gatos del mundo esperaban para que le
compartieras la botana, la que te sacabas de la boca para dársela a ellos.
También tu carnal para contarnos la desesperación por los muchos perros
que de apoco ganaron el espacio de la casa, por todos los cuartos con su cuerpo
quebradizo, su pelaje opaco, casi arrastrándose de hambre.
Pero cuidado con que los tocaran, cualquier comentario en su contra y tú
para dar la cara por ellos, casi que sacabas el machete para protestar con su
filo contra la osadía de quien fuera, sobre todo la de él, la de tu hermano
quien vivía para persuadirte, insistirte que los animales acarrean animales y
también el riesgo de enfermar.
Eso dice el Chuy tu broder que le dijiste, y que cómo no hacerte caso si
sabedor él que lo que más amas y amaste son tus mascotas, las que siempre
defendiste, y a las que aunque sea frijoles y papas fritas pero siempre, o casi
siempre les guisabas, y dice que casi siempre porque a veces ni para uno hay.
No hubo esquelas en los medios, ni una nota informativa para declarar el
sentido pésame que le causa tu deceso a la sociedad. No hubo multitud en la
iglesia, apenas la raza del barrio y los más cercanos, los carnales, los
primos, la jefita en cuya cabellera está el dolor blanco y espeso.
Te fuiste como viviste, en tu mirada hacia la tierra, en tus pocas
palabras, en tus silencios que decían más que el alarde. Te fuiste y entonces
empezamos a extrañar los días de ir a tu casa y servirnos del agua de la pila en
el lavadero para enjuagar las penas untadas en las blusas y camisas,
desapareciste y entonces se encendió el recuerdo de muchas noches de
acompañarte en tertulias sobre los lavaderos viejos del barrio donde los
cigarros Fiesta mordidos desde tus dientes dejaban una huella de alegría y
emociones nomás de tanta nostalgia por lo vivido entre mujeres, entre juegos de
beisbol, en las madrugadas de verte, desde tus narraciones y entrar en la
panadería para construir en repertorio la repostería que elaborabas: Ojitos de
buey, empanaditas de piña.
Sólo con tu ausencia hemos podido trepar a la dimensión de tu nobleza,
de los días de verte evadir los alimentos para echarlos al concreto del patio
de tu casa, para que los perros no sufrieran lo que tantas veces tú sufriste. Sólo
con tu silencio definitivo estamos yendo una y otra vez a tu canto dolorido por
aquél amor que no volvió, y parece que te escuchamos en las estrofas de las
rolas de Los muecas para gritar al viento y sin pudor Silvia de mi querer / no
te voy a rogar… o aquélla también clásica de Chayito Valdez que dice venir de
San Juan del río y donde una gaviota te cobijaba con sus alas.
Ayer nos tropezamos de nuevo con la mirada del Chuy tu carnal, y nos
dijo que hace unas noches estuviste de nuevo en la casa, acompañándole, ahora
dentro de una caja, hecho cenizas, y nos dijo con brillo en la mirada: Qué
loco, parece mentira, pero sentía al Balelo aquí conmigo, platicaba con él,
pero lo tuve que llevar con la carnala porque nos los estamos rolando, un rato
aquí, otro rato allá, pero antes de que se lo llevaran hablé con él, le dije:
si te pones trucha te traemos para acá de nuevo, pero apenas se lo llevaron y
ya me siento solo, sin él.
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