José Gil Olmos
Detrás
de las rejilla de prácticas del Juzgado Sexto con sede en el Reclusorio
Preventivo Oriente, Elba Esther Gordillo quiso guardar silencio. Se le veía
nerviosa en los movimientos de cabeza que no dejaba de hacer, volteando de un
lado a otro, mientras el secretario de Acuerdos le leía sus derechos.
Al
final no quiso declarar. Su silencio era elocuente por más que alegara detrás
de barandillas, sabía que, así como el poder presidencial de Carlos Salinas la
encumbró, ahora el poder presidencial de Enrique Peña Nieto, le quitaba la
fuerza y el imperio que se autoerigió desde la base magisterial.
En
24 años de estar al frente del sindicato de maestros, Elba Esther Gordillo
impulsó la carrera de muchos políticos de todos los tamaños, lo mismo que de
escritores y periodistas que asistían a sus cenas y estiraban la mano para
recibir prebendas y regalos que, generosamente, les ofrecía a cambio de que
hablaran bien de su proyecto.
Pero
también encumbró y fue el soporte de varios presidentes de la República. A
Carlos Salinas de Gortari, quien la puso al frente del SNTE, le fue útil
políticamente para mantener la unidad del PRI en 1994, cuando entró en crisis
por la aparición del EZLN y el crack financiero. Luego, a Ernesto Zedillo le
funcionó como catalizadora de la reforma educativa basada en la
descentralización. Mientras que al panista Vicente Fox le operó no sólo la
política educativa, sino también varias elecciones en los estados, así como sus
iniciativas en la Cámara de Diputados.
Felipe
Calderón fue el más beneficiado de los favores de la maestra Gordillo, quien se
los cobró muy caros. Fue ella quien le levantó la mano como ganador de las
polémicas elecciones antes del dictamen del Tribunal Electoral y, a cambio de
esta acción legitimadora, recibió las direcciones del ISSSTE y de la Lotería
Nacional; la Subsecretaría de Educación Básica de la SEP y la Secretaría
Técnica del Consejo Nacional de Seguridad Pública.
Hechura
del sistema priista, pero entronizada al máximo por el PAN, la maestra sirvió
al poder presidencial en turno y de éste se sirvió también.
De
hecho, Elba Esther Gordillo fue una de las piezas responsables de aceitar con
dinero una parte importante de la maquinaria de corrupción con la que camina el
sistema político mexicano y, también, pieza clave de esa maquinaria que ayudó
encumbrar a los últimos presidentes de la República, hasta que rompió con
Enrique Peña Nieto en noviembre del 2011, cuando Luis Videgaray le enseñó una
encuesta que exhibía el escaso peso electoral de su partido, el Panal.
Paradójicamente,
el regreso del PRI a la Presidencia significó para Gordillo el fin de su ciclo.
Después de 24 años ha dejado de ser útil al sistema político corrupto y
traicionero que la hizo a su imagen y semejanza.
Ella traicionó al PRI desde el 2000, cuando en lugar de apoyar a Francisco Labastida le brindó en secreto su respaldo al panista Vicente Fox; y luego en el 2005, cuando fue expulsada del priismo por crear su propio partido y apoyar a Felipe Calderón.
Con
el PRI de Peña Nieto quiso negociar puestos de gobierno y la hicieron a un
lado, haciéndole ver su poca representatividad en el mercado electoral. Tampoco
la necesitaban como operadora política ni como apoyo en su papel de lideresa
sindical.
Destronada,
inutilizada, despojada del poder que pensó tener por siempre, Elba Esther
Gordillo dijo hace unos años en una entrevista con este reportero lo que quería
como epitafio:
“Aquí
yace una maestra que se atrevió hacerlo; no soy perfecta, he cometido errores
en mi vida y en política, pero lo que sí es cierto es que al pasar de los años
he tratado de ser mejor.”
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