Víctor Oswaldo Fonseca Jacques
Desde su fundación en 1929, el Partido
Revolución Institucional (PRI) nunca había estado en las deplorables
condiciones que hoy muestra. Si bien es cierto el tricolor recuperó muchas de
las posiciones que había perdido, entre éstas la misma Presidencia de la
República, lo cierto es que hoy es un partido más de los muchos que permite la
política en México. Es uno que pierde y gana como los demás.
Creado por el guaymense Plutarco Elías
Calles un 4 de marzo, como Partido Nacional Revolucionario, el hoy PRI fue
ideado para aglutinar en él a los tres sectores convocados: el campesino, el
obrero y el popular, integrado este último por la burocracia. Quizá los
principios priístas sean lo ideal para, convertido en gobierno, ser un
organismo útil a México y sus habitantes. Pero la realidad dista mucho de eso.
Atropellado el propósito original, de tener
un reparto equitativo del poder entre quienes ganaron el movimiento
revolucionario de 1910, el llamado después Partido de la Revolución Mexicana
empezó a aglutinar a mentes obsesivas que no comulgaron con la idea de la
ausencia de cacicazgos, de tal forma que al poder político empezaron a llegar
personas demasiado corrompidas, que durante casi 70 años literalmente acabaron
con el país.
Aún se recuerdan aquellos tiempos en que,
durante los procesos electorales, el PRI recurría a todo tipo de argucias,
incluyendo la violencia a través de golpes y/o amenazas, el robo de urnas, la
coacción al voto y el arrebato de victorias ajenas, hasta llegar a una
impresionante etapa en la que, a todo lo largo y ancho del territorio nacional,
no había un solo municipio que estuviera en manos de la oposición. Así se las
gastaban.
Pero el PRI cayó entonces en su propia
trampa. Desbordados los impulsos de quienes a toda costa quería tener el poder
su lado, empezaron las disputas internas que llegaron desde el crimen
(Recuérdese la truncada candidatura de Luis Donaldo Colosio Murrieta),
hasta el intento de aplastar la voluntad de las bases a través de candidaturas
impuestas, como la de Roberto Madrazo Pintado, que marcó el inicio de una
nueva historia del partido al caer abatido en un proceso electoral que por vez
primera en siete décadas ganó otro partido.
El regreso del PRI al Gobierno de la
República con Enrique Peña Nieto no significa necesariamente que el
PRI se ha recuperado. Desconsolada la comunidad nacional ante el fracaso del
panismo en su intentona de rehabilitar a un país arrastrado por los priístas,
decidió aplicar aquel viejo refrán que dice “más vale el Diablo por conocido…”
No es tanto que el PRI haya ganado por convencimiento. Más bien los panistas se
dejaron ganar.
En su reingreso al gobierno, el PRI no
“pinta” para ser un partido que logre la recuperación de los mexicanos, sobre
todo en la parte más fundamental hoy, lo económico. En el PRI siguen los mismos
ambiciosos del poder, aquellos que como Carlos Salinas de Gortari manejan
tras bambalinas una parte muy importante del control político, y que son
precisamente los que van a permitir el regreso de la corrupción desmedida en
las instancias gubernamentales.
No falta mucho tiempo para corroborarlo.
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